martes, 19 de junio de 2007

Confiando en Dios

Salmos 90:12

Enséñanos a contar nuestros días, de tal manera que traigamos al corazón sabiduría.Que siempre podemos tener:

Suficiente felicidad para mantenernos dulces;

Suficiente dolor mantenernos humanos;

Suficiente fe que nos de valentía para enfrentar la vida;

Suficiente riqueza para satisfacer nuestras necesidades;

Suficientes pruebas para mantenernos fuerte;

Suficientes fracasos para mantenernos humildes;

Suficientes amigos para darnos consuelo;

Suficiente determinación para hacer cada día uno bueno.

Y que al finalizar cada día podamos ver la diferencia entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Entre el que confía en Él y el que prefiere endiosar la duda y vivir en la incredulidad.

Porque mi estimado amigo, hay salario para los que nos atrevemos caminar por la vida, consientes de la realidad de un Dios que nos ama y que envió a Cristo a morir para salvarnos.

Así que no importa lo que me depare el mañana, he decidido confiarlo en las Manos de Aquel que me creó para alabanza de Su Nombre, sabiendo que todo lo que Él permita en mi camino, obrará para mi bien y para Su gloria.

¿Quién tiene la culpa?

Meditad bien sobre vuestros caminos.

Hageo 1:5.

Creemos en el que levantó de los muertos a Jesús,Señor nuestro,el cual fue entregado por nuestras transgresiones,y resucitado para nuestra justificación.

Romanos 4:24-25.

¿Quién tiene la culpa?

Un hombre tenía una buena carrera profesional. La relación con su esposa era buena y sus hijos gozaban de plena salud: la vida le sonreía. Sin embargo, todo cambió cuando discutió con su jefe y fue despedido. Teniendo en cuenta sus diplomas y experiencia, pensó que le sería fácil encontrar otro trabajo. Pero los meses transcurrían y nadie lo contrataba. Luego, las constantes disputas en el hogar provocaron el divorcio. Sus hijos también le dieron la espalda.

¿Quién tuvo la culpa? ¿Su patrón, su mujer, sus hijos o él mismo? ¿Era la víctima o el responsable?

Hagamos las cuentas ante Dios. A menudo nuestra voluntad, mezclada con egoísmo y orgullo es el origen de muchas de nuestras desgracias. Cuando el horizonte está desesperadamente oscuro y la vida parece que no tiene sentido, ¿qué hacer? Buscar a los responsables o culpables no sirve de nada; al contrario, nos atormenta y amarga.

El paso a dar es el siguiente: mediante la oración, acercarse a Dios, quien nos perdona, consuela, levanta y acepta tal como somos. Su gracia, ese don que no merecemos pero que él está dispuesto a otorgarnos si nos acercamos humildemente a él, transformará nuestro estado de ánimo.

Y ¡qué alivio saber que el Señor Jesús mostró su amor para con seres culpables como nosotros, dando su vida en rescate por todos los que creen en él!